viernes, 29 de febrero de 2008

Tres Lugares. Tres Tiempos.

No camino como cualquier hombre por esta ciudad estéril. Muevo mis ojos por cada rincón, trepo las paredes de concreto con mi mirada, me entusiasmo observando el cielo. Mi musa no esta. La señal de la extraña mujer no había sido cierta nuevamente. Se suponía que la joven era la última oportunidad para encontrarla.


***


Los caminos describen historias, cada uno de ellos. Los hay de varias formas, cada uno con su recorrido. Pueden ser anchos, transitados por varias personas esperando algo de su vida. Los hay con curvas, zigzagueantes, dispuestos para cualquier poeta que busca inspiración. Los hay estrechos. Gabriel camina por uno de estos, estudia cada una de sus baldosas, observa la nada, analiza la nada y se deja llevar por un ser a quien nunca quiso hablar.

Salio de la habitación lentamente, en una vorágine de pensamientos, sin encontrarla. Sin encontrar a quien cree su musa. Nunca entendió quien era yo la clave. Nunca pregunto quien era yo.


***


-Hola. Mi nombre es Sara, te estaba esperando Gabriel – dijo sin titubear y con su hermosa sonrisa.

Se a quien buscas, se que es lo que buscas. Deberías preguntarte realmente si quieres encontrarla, si alguna vez haz tratado de hacerlo. – Prosiguió

No era momento de averiguar quien era Sara, su voz no daba paso a la duda sabia quien era yo, sabia a quien buscaba. Y sin dudarlo, deje que siga con su relato

_Gabriel, tres jóvenes mujeres son quienes darán respuesta a tus dudas, cada uno de ellas tiene algo en especial, ya las descubrirás. Solo de vos depende encontrar en ellas la respuesta.

Sara me entrego cuatro papeles, un sobre y un pequeño trozo de diario de un papel raro con el anuncio de una muerte. Se marcho rápidamente

Agarre el primer sobre con mi mano y lo abrí lenta y prolijamente. Una dirección y una foto de la joven más hermosa y celestial que habría podido imaginar cualquier hombre, de rasgos gitanos y ojos miel. Era momento de encontrarla, de saber que podía aportar a mi búsqueda.


***

La ciudad alejaba sus luces de mi rostro, cuando el agudo sonido del violín redundante la mostró a ella y a la luz. Sara estaba allí sonriendo de furia, mostrándose como nunca antes. Me miró y se alejó rápidamente, no hacía falta que intente seguirla, mi enfermedad no me lo habría permitido.

viernes, 22 de febrero de 2008

Atormentado.

Pasadas las tres de la mañana me dispongo a prender el primer cigarrillo del día, no he podido dormir por un pensamiento que me atormenta, su rastro – casi fantasmal- aparece de un segundo a otro.

Soy sincero, el saber si es humano o algo más bien sobrenatural despierta un interés fatal en mi conciencia. Reviso cada uno de mis pensamientos, uno por uno, desde los más lejanos y turbios, hasta los mas recientes que poca importancia he de darles en este momento; sin embargo, no encuentro respuesta.

El cigarrillo extinguiéndose hace de luz en la habitación opaca plagada de ropa anticuada, refleja en su rostro sus ojos adormecidos y dibuja en ellos un eterno puente hacia su perfecta y joven boca. Lentamente -y sin tapujos- me levanto y la observo, la analizo, diversifico mis pensamientos en sus hombros y admiro la perfección de sus piernas, se que será la ultima vez que podré apreciar semejante belleza, lo se y no lo cuestiono porque esto es lo que he sido toda mi vida, un hombre que solo trata de encontrar a su musa, a esa figura que lo atormenta día a día y que no lo deja respirar.

***

…Esa luz intensa penetró por mi iris, la dibujó perfectamente, en ella encontraría la respuesta, esta luz no podía mentir, no otra vez. Era de mediana edad, de módicas piernas y sus ojos reflejaban la seguridad que los años aportan a la vida. La miré y sonrió.

-Hola. Mi nombre es Sara, te estaba esperando Gabriel – dijo sin titubear y con su hermosa sonrisa.

Un frió indescriptible navegó por toda mi espalda. ¿Quién era esa mujer? ¿Cómo sabía mi nombre? Solo bastaba saber si podría responder sobre esa figura que me perseguía hacía años.

***

Abrí la puerta silenciosamente, dejándome escapar de la lúgubre habitación.

-¿Donde vas? – Me preguntó sin comprender que pasaba

Un silencio recorrió cada uno de los recovecos del cuarto. Mire hacia el suelo y cerré la puerta.

Ambos sabíamos que no volveríamos a vernos.